Precario puerto con rampas para arrojar los paquetes a las lanchas, perteneciente al dirigente deportivo y político colorado Marcial Vazquez, en la desembocadura del río Acaray sobre el río Paraná.
Entre el río Acaray y el Yguazú operan más de cien embarcaderos ilegales de contrabando sobre el Paraná, principalmente a la noche. Una investigación realizada en junio y julio de 2008 por un equipo de periodistas del diario Última Hora revela como se realiza el tráfico, con protección de autoridades. La situación no ha cambiado mucho, hasta ahora. La serie de reportajes (de las cuales incluimos una selección en este blog) ha sido presentada al Premio Ypys.
Por Andrés Colmán Gutiérrez,
Wilson Ferreira
y Francisco Espínola
A primera vista se parecen a unos precarios toboganes, de esos que existen en los parques acuáticos, pero no lo son. En realidad son rampas de madera, ingeniosamente fabricadas para arrojar a través de ellas la mayor cantidad de cajas con mercaderías de contrabando a bordo de lanchas estratégicamente atracadas al borde del barranco, en horas de la noche, en el menor tiempo posible, y luego cruzarlas en la oscuridad hasta el Brasil.
En Ciudad del Este muchos hablan de los puertos clandestinos con sistemas de rampas sobre el río, pero son muy pocos quienes han podido verlos hasta ahora.
Para acceder al lugar donde están ubicados, en las arboladas orillas del río Acaray y su desembocadura en el Paraná, hay que cruzar el populoso y marginal barrio San Rafael, más conocido como “Kure kua”, y eso es prácticamente imposible para quien no pertenece al esquema de tráfico ilegal complejamente montado.
Quien intente acercarse por tierra será rápidamente disuadido por hombres de aspecto amenazador, ubicados estratégicamente en las calles de entrada al barrio. Son los “campanas” que se ocupan de vigilar que no aparezca ningún desconocido, menos si tiene pinta de periodista o de fiscal. Ante la menor presencia sospechosa cunde la alarma y todo se paraliza.
“La otra manera de acercarse es por agua, pero no van a conseguir ningún lanchero que les quiera llevar hasta el sitio, porque apenas los contrabandistas vean que se están acercando mucho, les van a disparar desde la costa con sus rifles”, advierte don Julio, un viejo pescador que acostumbra instalarse con su bote frente a la isla Acaray (la que está en medio del río Paraná y se ve desde el Puente de la Amistad), y conoce de memoria la ubicación de cada puerto ilegal.
Los primeros disparos serán de advertencia, al aire o en el agua, muy cerca, explica don Julio. “Si no retroceden, ya les van a disparar directamente a la lancha. Más de una vez le han acertado a los de la policía federal o a algún pescador desprevenido. Aquí todos sabemos que no hay que acercarse a esos puertos”, aclara.
Son casi las 11 de la mañana de un día entre semana cuando decidimos arriesgarnos. Cae una fuerte llovizna y el amigo lanchero que ha aceptado llevarnos cree que no habrá mucho movimiento.
“En la mayoría de los puertos solo se trabaja de noche, en la oscuridad, cuando no se pueden sacar fotos y es fácil dispararle a alguien y hundirle en el río, pero de día van a poder ver como son los muelles, los depósitos y las rampas. Tengan mucho cuidado, que no les vean sacando fotos, porque es una misión muy peligrosa”, advierte el veterano navegante.
Y allá vamos, río arriba, surcando lentamente la fuerte correntada del Paraná, cruzando bajo el arco del puente. El fotógrafo oculto bajo una carpa, con la lente apenas asomando. En pocos minutos, a tan solo unos mil metros del edificio donde funcionan la Dirección General de Aduanas, la Administración Nacional de Navegación y Puertos, y todas las demás dependencias de control fronterizo, aparecen los primeros embarcaderos clandestinos.
Nos lo habían contado muchas veces, pero hasta verlo con los propios ojos, resultaba difícil de creer. Al doblar la curva e ingresar al cauce del Acaray, apenas disimulados entre los árboles, aparece una compleja red de rampas de madera construidos a lo largo del barranco, hasta el nivel del agua. Arriba, detrás del follaje, se ven construcciones con pared de madera y también de cemento.
“Arriba están los depósitos donde se guardan cajas con productos electrónicos, pero también cigarrillos falsificados, drogas y armas. Generalmente el movimiento empieza a eso de las 9 de la noche, cuando todo está tranquilo.
Alguien avisa por walkie talkie que hay luz verde para el cruce, las lanchas se estacionan bajo la rampa, y varios hombres empiezan a tirar las cajas una por una. En menos de diez minutos ya está todo cargado y el barco cruza rápidamente el río hacia el Brasil”, cuenta Pablo, morador de Kure kua, quien ocasionalmente ha trabajado como estibador en uno de los puertos clandestinos.
Entre el río Acaray y el Yguazú operan más de cien embarcaderos ilegales de contrabando sobre el Paraná, principalmente a la noche. Una investigación realizada en junio y julio de 2008 por un equipo de periodistas del diario Última Hora revela como se realiza el tráfico, con protección de autoridades. La situación no ha cambiado mucho, hasta ahora. La serie de reportajes (de las cuales incluimos una selección en este blog) ha sido presentada al Premio Ypys.
Por Andrés Colmán Gutiérrez,
Wilson Ferreira
y Francisco Espínola
A primera vista se parecen a unos precarios toboganes, de esos que existen en los parques acuáticos, pero no lo son. En realidad son rampas de madera, ingeniosamente fabricadas para arrojar a través de ellas la mayor cantidad de cajas con mercaderías de contrabando a bordo de lanchas estratégicamente atracadas al borde del barranco, en horas de la noche, en el menor tiempo posible, y luego cruzarlas en la oscuridad hasta el Brasil.
En Ciudad del Este muchos hablan de los puertos clandestinos con sistemas de rampas sobre el río, pero son muy pocos quienes han podido verlos hasta ahora.
Para acceder al lugar donde están ubicados, en las arboladas orillas del río Acaray y su desembocadura en el Paraná, hay que cruzar el populoso y marginal barrio San Rafael, más conocido como “Kure kua”, y eso es prácticamente imposible para quien no pertenece al esquema de tráfico ilegal complejamente montado.
Quien intente acercarse por tierra será rápidamente disuadido por hombres de aspecto amenazador, ubicados estratégicamente en las calles de entrada al barrio. Son los “campanas” que se ocupan de vigilar que no aparezca ningún desconocido, menos si tiene pinta de periodista o de fiscal. Ante la menor presencia sospechosa cunde la alarma y todo se paraliza.
“La otra manera de acercarse es por agua, pero no van a conseguir ningún lanchero que les quiera llevar hasta el sitio, porque apenas los contrabandistas vean que se están acercando mucho, les van a disparar desde la costa con sus rifles”, advierte don Julio, un viejo pescador que acostumbra instalarse con su bote frente a la isla Acaray (la que está en medio del río Paraná y se ve desde el Puente de la Amistad), y conoce de memoria la ubicación de cada puerto ilegal.
Los primeros disparos serán de advertencia, al aire o en el agua, muy cerca, explica don Julio. “Si no retroceden, ya les van a disparar directamente a la lancha. Más de una vez le han acertado a los de la policía federal o a algún pescador desprevenido. Aquí todos sabemos que no hay que acercarse a esos puertos”, aclara.
Son casi las 11 de la mañana de un día entre semana cuando decidimos arriesgarnos. Cae una fuerte llovizna y el amigo lanchero que ha aceptado llevarnos cree que no habrá mucho movimiento.
“En la mayoría de los puertos solo se trabaja de noche, en la oscuridad, cuando no se pueden sacar fotos y es fácil dispararle a alguien y hundirle en el río, pero de día van a poder ver como son los muelles, los depósitos y las rampas. Tengan mucho cuidado, que no les vean sacando fotos, porque es una misión muy peligrosa”, advierte el veterano navegante.
Y allá vamos, río arriba, surcando lentamente la fuerte correntada del Paraná, cruzando bajo el arco del puente. El fotógrafo oculto bajo una carpa, con la lente apenas asomando. En pocos minutos, a tan solo unos mil metros del edificio donde funcionan la Dirección General de Aduanas, la Administración Nacional de Navegación y Puertos, y todas las demás dependencias de control fronterizo, aparecen los primeros embarcaderos clandestinos.
Nos lo habían contado muchas veces, pero hasta verlo con los propios ojos, resultaba difícil de creer. Al doblar la curva e ingresar al cauce del Acaray, apenas disimulados entre los árboles, aparece una compleja red de rampas de madera construidos a lo largo del barranco, hasta el nivel del agua. Arriba, detrás del follaje, se ven construcciones con pared de madera y también de cemento.
“Arriba están los depósitos donde se guardan cajas con productos electrónicos, pero también cigarrillos falsificados, drogas y armas. Generalmente el movimiento empieza a eso de las 9 de la noche, cuando todo está tranquilo.
Alguien avisa por walkie talkie que hay luz verde para el cruce, las lanchas se estacionan bajo la rampa, y varios hombres empiezan a tirar las cajas una por una. En menos de diez minutos ya está todo cargado y el barco cruza rápidamente el río hacia el Brasil”, cuenta Pablo, morador de Kure kua, quien ocasionalmente ha trabajado como estibador en uno de los puertos clandestinos.
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