miércoles, 20 de mayo de 2009

CDE CONFIDENCIAL (4): Político, deportista y dueño de puerto clandestino


Marcial Vázquez (der.), político de Vanguardia Colorada y dirigente del club deportivo Boquerón, recientemente detenido por tráfico de drogas, fue individualizado como el principal dueño de un puerto clandestino en el barrio San Rafael de CDE.



Por Andrés Colmán Gutiérrez,
Wilson Ferreira
y Francisco Espínola


Los pobladores del barrio San Rafael de Ciudad del Este no lo podían creer. ¿Qué hacía esa comitiva de fiscales y policías ingresando a la populosa villa, más conocida como Kure Kua, detrás de la misma sede central de Aduanas y Puertos, en medio de las miradas hoscas de los vecinos, en plena noche, dirigiéndose hacia la costa del río Paraná?
Hasta entonces, nunca antes fiscal o policía alguno había intentado siquiera acercarse al lugar donde funcionan aproximadamente 15 puertos clandestinos, protegidos por una compleja red de vigilancia marginal, que custodian numerosos depósitos llenos de mercaderías, conectados a unas ingeniosas rampas de madera que conectan directamente a los precarios muelles sobre la desembocadura del río Acaray en las aguas del Paraná.
En Kure Kua, ya se sabe: ningún extraño debe asomar las narices cuando cae la noche y los embarcaderos ilegales inician una febril actividad de arrojar los grandes paquetes de hule negro, que se deslizan como por un tubo a través de las rampas de madera, para caer directamente a las lanchas deslizadoras atracadas en la cos, todo a una velocidad vertiginosa, porque no hay un segundo que perder cuando desde la costa brasileña han dado la “luz verde”, señal de que los funcionarios de la Policía Federal que acaban de entrar de guardia son “amigos”.
Pero esa noche del 26 de febrero de 2008, a las 21:00 aproximadamente, algo raro había sucedido. “Hicimos una tarea previa de inteligencia, fiscales que se hicieron pasar por pescadores en una lancha, para ubicar el lugar exacto donde operaba el puerto, y que también fueron advertidos de que tenían que abandonar el sitio antes de oscurecer, porque luego ya empezaban los disparos de amedrentamiento”, relata el fiscal general adjunto, Ever Ovelar, quien reconoce que las publicaciones realizadas en esta serie por Última Hora retratan una realidad compleja pero verdadera en la zona Este del país.

IN FRAGANTI. Esa noche del 26, cansados de esperar que los organismos naturales encargados de controlar y combatir el tráfico ilegal, como la Aduana, Puertos o la Marina intervengan y presenten denuncias, el máximo jefe regional del Ministerio Público dispuso la intervención de uno de los puertos ilegales.
El procedimiento estuvo dirigido por los fiscales Eduardo Cazenave y Humberto Javier Rosetti, al frente de un comando del Grupo Especial de Operaciones (GEO) y de efectivos de la Cuarta Zona de la Policía Nacional.
Los detalles del acta labrada en la oportunidad ilustran una escena que parece sacada de la película Miami Vice. El grupo ingresa al marginal barrio Kure Kua a través de estrechos pasillos. “A 1.500 metros de la entrada principal, encontrándose en la calle y sobre la vereda gran cantidad de mercaderías embaladas en bolsas de plástico negro y cinta adhesiva, frente mismo a una casa de material color oscuro, con la puerta del garaje abierta, en cuyo interior se observa asi mismo gran cantidad de mercaderías”, describe el informe.
La comitiva se interna más abajo, por un “pasillo con escaleras, que desciende hasta la ribera del río Paraná, donde se constata la existencia de un precario puerto clandestino de madera, el cual estaría siendo utilizado como puerto clandestino para el paso de mercaderías hacia el lado brasileño”.
En el interior de este segundo y precario depósito, ya sobre el río, los intervinientes encuentran “gran cantidad de mercaderías embaladas en cajas de cartón, envueltas en bolsas de hule de color negro, aseguradas con cinta de embalaje, lo cuales estaban siendo descendidos hasta la orilla del río, para su transporte por vía acuática…”.
En total, se encontraron 355 cajas conteniendo ropas, perfumes, cigarrillos y artículos electrónicos, que siguen depositados en el depósito del Ministerio de Público, a pesar de que el juez Wilfrido Velázquez, de Hernandarias, ha ordenado su devolución, pero la Fiscalía apeló la medida judicial.

RESPONSABLES. La intervención tomó completamente de sorpresa a los 21 hombres que se encontraban en el lugar, “quienes se desempeñaban como estibadores de las mercaderías”, describe el acta fiscal. Dos de ellos eran de nacionalidad brasileña, los demás todos paraguayos y en su mayoría moradores del mismo barrio San Rafael.
El informe judicial identifica como responsable del puerto clandestino a un ciudadano paraguayo de nombre Osvaldo Toledo Benítez, “quien manifiesta que el propietario del lugar es el señor Marcial Vázquez, quien no se encuentra presente”.
Vázquez es mencionado con frecuencia por varias de las fuentes que han trabajado con Última Hora en esta investigación, como uno de los principales “capos” de los embarcaderos ilegales del barrio San Rafael, aunque no es el único.
Marcial Vázquez es conocido como referente político de la Asociación Nacional Republicana, que milita en las filas del movimiento disidente Vanguardia Colorada, liderado por Luis Castiglioni y el ex intendente de Ciudad del Este, Javier Zacarías Irún. También es un conocido dirigente deportivo del Club Boquerón de la Liga Paranaense de Fútbol, con sede en la Villa 23 de Octubre. En momentos de escribirse esta nota, los autores intentaron entrevistar a Marcial Vázquez, pero el mismo no pudo ser encontrado.

martes, 19 de mayo de 2009

El rey del crimen fronterizo no tiene quien le lleve flores a su tumba




Valdecir Pinheiro, el hombre más temido y poderoso de la Triple Frontera, acabó enterrado en una fosa común, sin lápida ni cruz, abandonado por sus seguidores. Su propia madre se negó a retirar el cadáver. ¿El crimen no paga?.


Por Andrés Colmán Gutiérrez

Un irregular rectángulo de tierra roja removida y húmeda, escondido entre dos panteones, en los fondos del cementerio municipal Don Bosco, del km 7 de Ciudad del Este, es todo lo que queda de Valdecir Pinheiro dos Santos, considerado el delincuente más temido y poderoso de la Triple Frontera. "Nadie vino en todos estos días a visitarlo, ningún pariente, ningún amigo, ninguna novia. Nadie le puso una cruz o una lápida, nadie le trajo ni una sola flor", comenta Venancio Cáceres, único sepulturero del camposanto, quien lleva 15 años ejerciendo este singular oficio.
Al propio Venancio le tocó cavar la fosa. El martes 25 de marzo de 2008, a la mañana, un funcionario de la Fiscalía llamó a la Administración del cementerio y pidió que se busque un lugar vacío en donde enterrar un cadáver. El sepulturero no sabía de quién se trataba. Eligió uno de los pocos espacios libres que quedaban "en el Bajo" y con su vieja pala excavó el pozo, de dos metros de largo por uno de ancho, con un metro de profundidad.
A las 13.30 de ese día, bajo el intenso calor de la siesta, el cadáver llegó dentro de un ataúd ordinario de madera terciada, escoltado por funcionarios fiscales, periodistas y un comando de policías armados.
"Recién cuando pude ver que el cajón llegaba en medio de policías y prensa, me enteré de que era el cuerpo de Valdecir. Me asusté un poco. Unos días antes, dos policías vinieron a amenazarme en el cementerio, porque creían que yo ya lo había enterrado a escondidas, pero yo no sabía nada", admite el sepulturero, aún temeroso.

FINAL SANGRIENTO. Luego de varios años de ser el más buscado por la Justicia, Valdecir Pinheiro dos Santos fue abatido a balazos el 23 de enero de 2008 en el populoso barrio Pablo Rojas de Ciudad del Este, junto a otros cuatro miembros de su banda, en un cinematográfico enfrentamiento con la Policía, que resultó transmitido en vivo por los medios de comunicación.
"Se acabó el reinado del enemigo público número uno", decretó ante las cámaras el ex ministro del Interior, Rogelio Benítez. Valdecir era considerado el cerebro de más de diez sonados casos de secuestros extorsivos desde el 2003 (entre ellos los del tabacalero César Cabral, el empresario libanés Mohamad Barakat y el líder de la secta Moon, Hirokazu Ota), numerosos asaltos y varios asesinatos.
Desde entonces, su cadáver permaneció durante dos meses en la morgue de la funeraria Alto Paraná, a la espera de que sea reclamado por familiares o amigos, pero casi nadie vino. Una sola mujer se presentó un día, según cuenta un empleado, alegando ser "la novia de Valdecir", y aceptó hacerse cargo de los gastos del sepelio, evaluados en 1.500.000 guaraníes. Pero cuando le insinuaron que la Fiscalía iba a hacerle algunas preguntas, se despidió presurosa, prometiendo retornar al día siguiente. Nunca más volvió.
Una fuente de la Policía del Alto Paraná revela que la Federal brasileña tomó contacto con Eva Pinheiro dos Santos Silva, madre de Valdecir, pero la respuesta de ella fue tajante: "No tengo dinero, véanse ustedes con el cadáver para el entierro".

ABANDONO. Dos meses después, al percibir que nadie iba a hacerse cargo de los restos del rey del crimen fronterizo, el juez Adolfo Genes ordenó que sea enterrado en una fosa común para indigentes, en el cementerio local.
El "operativo sepelio" se cumplió con cuidadoso sigilo y despliegue de seguridad, ante el temor de que los "soldados" de Valdecir aparezcan a los disparos e intenten rescatar el cuerpo, pero nadie apareció.
Allí está ahora, Valdecir Pinheiro. Luego de haber manejado millones de dólares acumulados a base de pólvora y sangre. Luego de disponer de la vida y de la muerte de numerosos seres humanos. Luego de sentirse temido o idolatrado por sus presuntos fieles "soldados", que juraron dar la vida por él, y que lo abandonaron apenas se apagó su estrella criminal.
Allí está ahora el enemigo público número uno, el rey del crimen fronterizo. Como reza el pasquín que abre la novela "Yo el Supremo" de Augusto Roa Bastos: "Enterrado en potreros de extramuros, sin cruz ni marca que memore su nombre". ¿Será verdad que "el crimen no paga"?

UNA LARGA CARRERA CRIMINAL.

Nacido en Capeliña, pequeña ciudad del interior del estado brasileño de Minas Gerais, Valdecir José Pinheiro dos Santos "salió del anonimato para transformarse en uno de los bandidos más peligrosos de Sudamérica, refugiado en la Triple Frontera", revela un perfil publicado por el diario digital SopaBrasiguaia.com, de Foz do Iguazú.
En Brasil, donde inició su carrera delictiva, era buscado por la formación de bandas criminales y portación ilegal de armas, con dos órdenes de captura de la Justicia Federal, emitidas en setiembre y diciembre de 2002.
En el Paraguay, donde se refugió desde el 2003, comandó una banda especializada inicialmente en cometer asaltos juntos en la ruta 7."Bautizados como piratas del asfalto, los marginales fueron evolucionando en sus actividades corsarias hasta dar inicio a una serie de grandes robos y secuestros, cometidos en los departamentos de Alto Paraná y Caaguazú", revela el perfil.
"Considerado intocable en el submundo del crimen organizado, gracias a las generosas propinas pagadas por los miembros de su banda a las autoridades policiales, Valdecir poseía un ejército en pronta espera, dentro y fuera de la Penitenciaría Regional de Ciudad del Este", agrega.
Según SopaBrasiguaia.com, una prueba de esto fue "la rebelión, seguida de un intento de fuga, comandada por reclusos brasileños y paraguayos ligados a la banda, y posiblemente al Primer Comando Capital (PCC), ocurrido después del anuncio de su muerte".

CDE CONFIDENCIAL (3): Traficantes cruzan el río con la complicidad de los marinos


Un efectivo de la Armada Nacional, en una lancha de la institución, vigila un muelle pirata en el barrio San Miguel ("Kuwait"), mientras el contrabando cruza en pleno día hacia el Brasil.


Aunque la mayoría de los puertos clandestinos operan de noche, ÚH sorprendió a varias lanchas cruzando el Paraná a pleno día con cargas ilegales, mientras un efectivo de la Armada vigilaba sin intervenir.

Por Andrés Colmán Gutiérrez,
Wilson Ferreira
y Francisco Espínola


Tras la fugaz y arriesgada excursión fluvial por la zona del barrio San Miguel o Kure kua, para fotografiar por primera vez los puertos clandestinos con sus ingeniosas rampas de madera (publicado en nuestra edición de ayer), ubicado a apenas mil metros de la sede central de Aduanas y Puertos de Ciudad del Este, nuestra embarcación se dirige aguas abajo para visitar otros embarcaderos ilegales en los barrios San Miguel y Remansito.
Ya es casi mediodía de un día entre semana y sigue cayendo una pertinaz llovizna, que hace suponer a nuestro navegante guía que probablemente no habrá actividad de cruce de lanchas en el río.
Equivocada apreciación. En las casi media hora que duró nuestro paseo periodístico, en los apenas 9 kilómetros que van desde el Puente de la Amistad hasta la desembocadura del río Yguazú, nos topamos con cinco lanchas que cargaban mercaderías en varios puertos clandestinos, y luego se largaban a cruzar el turbulento Paraná, rumbo a la costa brasileña, a plena luz.
Y lo más increíble: en uno de los embarcaderos ilegales divisamos a una deslizadora de metal color gris, que lleva la inscripción “Prefectura Naval – LP 37 - Armada Paraguaya”, con un hombre con uniforme militar y chaleco salvavidas parado al lado, quien observaba atentamente a los que cargaban los enormes bultos envueltos en hule negro en el interior de las embarcaciones, y que luego se lanzaban raudamente a atravesar el río.
¿Acaso íbamos a ver a un valiente marinero cumpliendo su rol de velar por la soberanía nacional e impedir el tráfico ilegal y el robo al fisco?
Nos quedamos con las ganas. El marino parecía más preocupado en vigilar que las lanchas con su carga de contrabando crucen sin ningún problema hasta el otro lado de la frontera.

ZONA LIBERADA. Desde la desembocadura del río Acaray, muy cerca del Puente de la Amistad (aguas abajo de la represa de Itaipú), hasta la desembocadura del río Yguazú, en el punto exacto de la Triple Frontera entre Paraguay, Brasil y Argentina, son casi diez kilómetros de costa sobre el río Paraná, que en la práctica constituye una “zona liberada” para el tráfico ilegal de todo tipo (especialmente cigarrillos falsificados, armas y drogas, pero también electrónicos), con la obvia complicidad de las autoridades.
Según la observación realizada en el mismo terreno por los periodistas de Última Hora, y corroborada por informantes que conocen bien el tema, e incluso con datos proveídos por la Unidad Especial de Policía Marítima (Depom) de la Policía Federal brasileña, con asiento en Foz de Yguazú, en estos diez kilómetros de costa existen más de cien puertos clandestinos a ambos lados del río, de los cuales más de 60 están del lado paraguayo y cerca de unos 40 del lado brasileño.
En la costa Paraguaya, los embarcaderos ilegales se concentran en tres barrios populosos y marginales, ubicados precisamente junto a la ribera del río: San Rafael, San Miguel y Remansito, mientras del lado brasileño los puertos están también en las llamadas “favelas” o villas humildes Jardin Jupira, Bambú, Monseñor Guilherme y Medianeira.
Los puertos piratas más estructurados están en San Rafael, aguas arriba del Puente de la Amistad. Se calcula 15 en total, y permanecen más ocultos, ya que el barrio es de difícil acceso por tierra, es constantemente vigilado por los mismos pobladores para no permitir el ingreso de personas extrañas. Allí hay numerosos depósitos, ubicados principalmente sobre la desembocadura del río Acaray, y la mayoría tienen rampas de madera que conectan al río, para arrojar las cargas directamente a las lanchas, a gran velocidad, en horas de la noche, en completa oscuridad.
Más abajo del Puente, en los barrios San Miguel y Remansito, no hay rampas, sino escaleras de piedra o tierra apisonada que conducen desde los depósitos hasta una pequeña playa donde atracan los bancos. El cruce se realiza principalmente de noche, pero también de día, como lo demuestran las fotos captadas por Última Hora.

lunes, 18 de mayo de 2009

CDE CONFIDENCIAL (2): Drogas, armas y cigarrillos pasan el Paraná en 10 minutos


Lancheros proceden a cargar mercaderías en una lancha, en pleno día, en un puerto clandestinos del barrio San Miguel ("Kuwait"), para cruzar al Brasil.

Por Andrés Colmán Gutiérrez,
Wilson Ferreira
y Francisco Espínola


La lancha se mueve lentamente contra la fuerte correntada, tratando de no hacer mucho ruido y de llamar lo menos posible la atención, pero resulta inevitable. A pesar de la fuerte llovizna, el rugido del motor retumba a la distancia y provoca nerviosas corridas alrededor de los depósitos clandestinos, en la costa del barrio San Rafael, conocido como Kure kua.
Escondido bajo una carpa, con el lente de la cámara apenas asomando, el fotógrafo registra las escenas, mientras sus demás compañeros fingen ser pescadores en alegre excursión.
En frente de uno de los presuntos depósitos de mercaderías de contrabando, empiezan a juntarse varias personas que señalan hacia la embarcación. El lanchero se pone nervioso y sugiere emprender una prudente retirada, pero los periodistas imploran que siga navegando un poco más.
A medida en que la pequeña nave avanza, van apareciendo más edificios de madera o cemento, semiocultos entre la vegetación, todos con sus rampas de madera apuntando al río. Algunos de los puertos piratas tienen hasta muelles de piedra.
“En los puertos de Kure Kua se trabaja principalmente con lanchas deslizadoras, con poderosos motores fuera de borda, que navegan a alta velocidad, y las cargas son principalmente cigarrillos, armas y drogas, porque tienen poco volumen y dejan mucho dinero. Aquí el cruce es más rápido y peligroso, porque si te agarra la Federal brasileña, te ligás varios años de cárcel”, explica Pablo, un profundo conocedor del negocio, ya que trabajó como estibador en uno de los puertos.
Pablo, por supuesto, no se llama Pablo, pero acepta que le demos ese nombre en la entrevista. Cuenta que en el Lago de Itaipú, aguas arriba de la represa, el cruce de la frontera se hace en barcazas más grandes y más lentas, pero el viaje es más seguro, y las cargas consisten principalmente en enormes cargas con productos electrónicos e informática, aunque tampoco se descartan las drogas y las armas.
Abajo, el cruce del río se hace en menos de diez minutos hasta otro puerto clandestino en la favela Jardín Jupira, de Foz de Yguazú.
El esquema funciona así, explica Pablo: el cliente brasileño hace sus compras en Ciudad del Este y se le ofrece entregarle el producto directamente en Sao Paulo u otra localidad del vecino país, a precio “libre de impuestos”.
Cada distancia cuesta una comisión extra, pero siempre más barato que exportando legalmente, y ni hablar de mercaderías prohibidas como drogas o arnas de guerra.
En el esquema, todos reciben su parte: los aduaneros y otros funcionarios fiscales que ignoran la existencia de los puertos clandestinos (aunque están a solo mil metros atrás de la Aduana de CDE), los policías y marinos que declaran una especie de “zona liberada” y hasta brindan custodia, los políticos que apadrinan y dan protección, y también los pobladores del barrio que cuidan que nadie ingrese y tienen una segura fuente de empleo como lancheros, cargadores, vigilantes, “campanas”, revendedores, etc.

CDE CONFIDENCIAL (1): Los puertos clandestinos al desnudo


Precario puerto con rampas para arrojar los paquetes a las lanchas, perteneciente al dirigente deportivo y político colorado Marcial Vazquez, en la desembocadura del río Acaray sobre el río Paraná.

Entre el río Acaray y el Yguazú operan más de cien embarcaderos ilegales de contrabando sobre el Paraná, principalmente a la noche. Una investigación realizada en junio y julio de 2008 por un equipo de periodistas del diario Última Hora revela como se realiza el tráfico, con protección de autoridades. La situación no ha cambiado mucho, hasta ahora. La serie de reportajes (de las cuales incluimos una selección en este blog) ha sido presentada al Premio Ypys.


Por Andrés Colmán Gutiérrez,
Wilson Ferreira
y Francisco Espínola

A primera vista se parecen a unos precarios toboganes, de esos que existen en los parques acuáticos, pero no lo son. En realidad son rampas de madera, ingeniosamente fabricadas para arrojar a través de ellas la mayor cantidad de cajas con mercaderías de contrabando a bordo de lanchas estratégicamente atracadas al borde del barranco, en horas de la noche, en el menor tiempo posible, y luego cruzarlas en la oscuridad hasta el Brasil.
En Ciudad del Este muchos hablan de los puertos clandestinos con sistemas de rampas sobre el río, pero son muy pocos quienes han podido verlos hasta ahora.
Para acceder al lugar donde están ubicados, en las arboladas orillas del río Acaray y su desembocadura en el Paraná, hay que cruzar el populoso y marginal barrio San Rafael, más conocido como “Kure kua”, y eso es prácticamente imposible para quien no pertenece al esquema de tráfico ilegal complejamente montado.
Quien intente acercarse por tierra será rápidamente disuadido por hombres de aspecto amenazador, ubicados estratégicamente en las calles de entrada al barrio. Son los “campanas” que se ocupan de vigilar que no aparezca ningún desconocido, menos si tiene pinta de periodista o de fiscal. Ante la menor presencia sospechosa cunde la alarma y todo se paraliza.
“La otra manera de acercarse es por agua, pero no van a conseguir ningún lanchero que les quiera llevar hasta el sitio, porque apenas los contrabandistas vean que se están acercando mucho, les van a disparar desde la costa con sus rifles”, advierte don Julio, un viejo pescador que acostumbra instalarse con su bote frente a la isla Acaray (la que está en medio del río Paraná y se ve desde el Puente de la Amistad), y conoce de memoria la ubicación de cada puerto ilegal.
Los primeros disparos serán de advertencia, al aire o en el agua, muy cerca, explica don Julio. “Si no retroceden, ya les van a disparar directamente a la lancha. Más de una vez le han acertado a los de la policía federal o a algún pescador desprevenido. Aquí todos sabemos que no hay que acercarse a esos puertos”, aclara.
Son casi las 11 de la mañana de un día entre semana cuando decidimos arriesgarnos. Cae una fuerte llovizna y el amigo lanchero que ha aceptado llevarnos cree que no habrá mucho movimiento.
“En la mayoría de los puertos solo se trabaja de noche, en la oscuridad, cuando no se pueden sacar fotos y es fácil dispararle a alguien y hundirle en el río, pero de día van a poder ver como son los muelles, los depósitos y las rampas. Tengan mucho cuidado, que no les vean sacando fotos, porque es una misión muy peligrosa”, advierte el veterano navegante.
Y allá vamos, río arriba, surcando lentamente la fuerte correntada del Paraná, cruzando bajo el arco del puente. El fotógrafo oculto bajo una carpa, con la lente apenas asomando. En pocos minutos, a tan solo unos mil metros del edificio donde funcionan la Dirección General de Aduanas, la Administración Nacional de Navegación y Puertos, y todas las demás dependencias de control fronterizo, aparecen los primeros embarcaderos clandestinos.
Nos lo habían contado muchas veces, pero hasta verlo con los propios ojos, resultaba difícil de creer. Al doblar la curva e ingresar al cauce del Acaray, apenas disimulados entre los árboles, aparece una compleja red de rampas de madera construidos a lo largo del barranco, hasta el nivel del agua. Arriba, detrás del follaje, se ven construcciones con pared de madera y también de cemento.
“Arriba están los depósitos donde se guardan cajas con productos electrónicos, pero también cigarrillos falsificados, drogas y armas. Generalmente el movimiento empieza a eso de las 9 de la noche, cuando todo está tranquilo.
Alguien avisa por walkie talkie que hay luz verde para el cruce, las lanchas se estacionan bajo la rampa, y varios hombres empiezan a tirar las cajas una por una. En menos de diez minutos ya está todo cargado y el barco cruza rápidamente el río hacia el Brasil”, cuenta Pablo, morador de Kure kua, quien ocasionalmente ha trabajado como estibador en uno de los puertos clandestinos.